miércoles, 28 de agosto de 2013

TEXTO ABIERTO / LECTURA CERRADA



Notas de lectura de Finnegans Wake

- El texto pretende ocupar el lugar del lector, lo suplanta y se ofrece a sí mismo como su propia lectura, (lectura encriptada, cuyas claves se encuentran a buen recaudo en manos del autor, que no deja al lector otro papel que el juego de “descubrirlas” siguiendo las pistas esparcidas entrelineas por el autor; quizá por esa razón, en sus casi ochenta años de vida, la obra ha cosechado muchos más investigadores –con rango de detectives especializados- que lectores).

- Contra lo que el tópico crítico viene repitiendo desde el momento de su aparición, Finnegans Wake (FW) no solo no es el paradigma de texto abierto, sino que probablemente constituya el ejemplo más evidente (la más disparatada tentativa) de texto herméticamente cerrado de toda la historia de la literatura.

- Tal parece haber sido el propósito inconfesado del autor: agotar en el propio texto todas las opciones de fuga de sentido.

- Si el sentido solo puede vivir en fuga, en movimiento, ...a salto de mata como un perpetuo exiliado, lo que Joyce se propuso en FW no fue otra cosa que explorar en el propio texto todas y cada una de las posibles vías de escape (planes de fuga) de cada partícula de significante, cada frase, cada palabra, cada sílaba, cada fonema. Cada elemento comparece en el texto con el plano detallado de sus previsibles maniobras evasivas: desdobles, referencias cruzadas, equivalencias, alusiones, resonancias en otras lenguas o en otros códigos de la misma lengua, polisemias, ecos fonéticos, ambigüedades y ramificaciones de todo signo.

- La multirreferencialidad de los elementos constitutivos de la lengua (fónicos, estructurales y funcionales) es explorada minuciosamente, enciclopédicamente, con la intención de no dejar al lector ningún cabo suelto, ningún sendero sin señalizar. La obra se convierte así en una extenuante persecución de todas sus posibles líneas de fuga: nada escapa a la perspicacia microscópica del autor que, empeñado en vaciar el mar con su cubito, corre tras cada sílaba, vigilando los reflejos, prestando atención a cada eco, esforzándose en que no le pase desapercibida ninguna alusión oblicua en tercer o cuarto grado.

- FW se nos da acompañado de todas sus claves, con indicadores (más o menos velados o escondidos) de cada una de las vueltas y revueltas del laberinto textual, ...cada bifurcación crípticamente señalada.

- El texto crece y crece (hacia dentro, según el habitual procedimiento de Joyce según el cual cada palabra acabará ampliándose en los sucesivos borradores hasta ocupar varios párrafos en la versión final), crece en una loca metástasis asociativa en la que cada palabra añadida no es más que el embrión de una nueva cadena polisémica, cada elemento recién incorporado se abre en una serie potencialmente ilimitada de posibilidades. El texto crece con la voluntad de agotar en sí mismo todas las posibilidades de sentido. El deseo de ser comprendido “del todo” adquiere en Joyce unas dimensiones ciclópeas.

- El autor persigue al sentido en fuga por todos los rincones y recovecos del significante (alusiones, paronomasia, aliteraciones, resonancias,...), él mismo comprobará a pie de texto –antes de entregárselo al lector- todas las pistas, tretas y evidencias engañosas del doble-decir. Nada debe escapar a su brillantez asociativa, y la dedicación obsesiva a esa tarea señala el camino a los miles de exégetas que le seguirán.

- Son numerosos los comentarios que en ese sentido Joyce le hizo a Jacques Mercanton, su amigo y confidente de los últimos años de su vida, los años en que finaliza la redacción de FW. Comentarios del tipo “ningún irlandés pasará por alto en este pasaje la alusión a tal canción folclórica..., o cualquier inglés percibirá aquí un eco de tal o cual hecho histórico,...”

- El texto reproduce los movimientos asociativos que se dan (que deberían darse) en la mente del lector durante el proceso de lectura. El autor se sitúa en el lugar del lector, escribe desde el lugar del lector; escribe de la forma que le gustaría (¿y a quién no?) ser leído: por un lector que dedicada la vida entera al goce de desentrañar cada matiz y cada eco del texto.

- Joyce planificó el texto como una encerrona para el lector, una trampa que lo tuviera atrapado por los siglos de los siglos en la contemplación de los reflejos de la luz del sentido en las olas del texto. (Parece que algo falló en la trampa y solo atrapa especialistas, quizá se equivocó de cebo).

“Joyce me recitó varias líneas en las que había trabajado seiscientas horas y en las que había metido los nombres de quinientos ríos, aunque yo no percibí ninguno. He vuelto a examinar después esas líneas y no he sido capaz de encontrar más de tres ríos y medio. /:::/ si fueron necesarias seiscientas horas para meter esos ríos en la prosa, se necesitarán unas seis mil horas para sacarlos. Me pregunto cuántas personas se tomarán ese trabajo y qué placer obtendrán en el empeño”[1].





[1] (Max Eastman, “Poets Talking to Themselves”, Harpe´s Magazine, 1931 – citado y traducido por Francisco García Tortosa en su edición de “Anna Livia Plurabelle”, Cátedra, Madrid, 1992)


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